Crónica de un día de Comadres
Calor en el ambiente. Cristales empañados. Fria tarde de invierno en la Pola.
Un chigre con olor a sidra, a bollos preñados, a
chorizos.
Mesas de madera con bancos alargados.
Calor en el ambiente.
Cristales empañados. Frío fuera.
Las mesas ocupadas, y gente de pie en la barra.
Todo lleno, y muchas ganas de fiesta.
Corren los culines de sidra, entonando las gargantas,
abriendo los corazones, aparcando los problemas .
Y rompe a cantar un grupo de hombres que hay al final
de la barra. Son voces bien
conjuntadas, de los tenores a los
bajos. Voces cargadas de sentimientos,
diciendo esas historias de amor, historias de encuentros y desencuentros,
historias de sacrificios en las minas y en el mar, historias de viajes. Canciones populares con músicas pegadizas, de
ritmos asturianos que invitan a cantar, formando entre todos un solo coro.
Entre canto y canto, conversaciones en voz alta,
porque si no no se oyen. Así va pasando
la tarde.
Se abre la puerta del local. Y con el frio de la noche
entran gaitas y tambores.
Ellos con sus pantalones de pana, sus chalecos y
chaquetas de terciopelo, sus medias de lana blancas con dibujos calados, sus
fajines anchos de colores vivos, su montera picona, sus zapatos negros bien
brillantes.
Ellas con sus trajes sencillos, de faldas gruesas y
pesadas, que dejan ver en sus movimientos unos pololos muy blancos llenos de
puntillas. Con sus pañuelos vistosos que
recogen sus moños, con sus dengues y delantales que ponen una nota de color en
la sobriedad de sus trajes. Y sus
zapatos negros bien brillantes.
Y con ellos, un
arsenal de instrumentos musicales.
Gaitas, tambores de distintos tamaños con sus baquetas de madera,
panderetas, …hasta una bandurria.
Todo se llena de música, de canciones compartidas, de
redobles de tambor. De repiqueteo de
baquetas que hacen música ellas solas.
Y así sigue la noche No corren las horas. Solo corre la sidra, y las canciones, y las
conversaciones en voz alta. Y las risas,
y ese buen talante colectivo.
Así hasta que llega la hora de marchar, porque todo se
acaba.
La gaita suena con su roncón triste, profundo. Las baquetas repiquetean más suaves, más
débiles, con sabor a despedida.
Nosotros vamos al bar más próximo, a matar el frío de
la madrugada con chocolate con churros, a saborear esa última hora de las
Comadres, pensando ya en el próximo año.
No, no tenemos
que esperar al próximo año. Pensaremos
en los Huevos Pintos, que están más cerca.
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