sábado, 2 de abril de 2016

Retirada

Trabajo sobre un relato de Pedro Ugarte, “Los Bárbaros”

                       RETIRADA

Retirada…Huele todo a retirada.
Su caminar desganado, como si hubiera perdido sus fuerzas en la lucha.
Desgana en su arreglo, un poco de cualquier manera.
De cualquier manera también su alma rota, pero cada vez más hambrienta.
Replegada ya solo en sí misma.
¿Cómo está así, como se ha dejado dominar de esa manera?
Fue poco a poco, retrocediendo, buscando paz cuando solo se le ofrecía guerra.
El, en su ego de hombre inteligente, cultivado, hasta se cree un poco sabio, la fue despreciando, humillando.
Piensa que es un ser superior, y a ella la vé embrutecida, por su solo afán de supervivencia. No la concede ni siquiera la capacidad de pensar. Ni de tener frío en su corazón ni hambre en su alma.
¡Será simple! Puede llamarle desgraciado en su pretendida superioridad. Sin unos brazos que le acojan, sin unos ojos que reciban su mirada, sin un alma que le arrope cuando él también esté necesitado.
Se siente cansada en mitad de su paseo.
Afortunadamente hay bancos a los lados.
Ocupa uno de ellos, y sigue pensando.
Para darle la réplica merecería a alguien más dotado que ella. Entonces le destrozaría mirándole a los ojos, y perseguiría incansable su verdad.
¿Y por qué no puede ser ella? ¿Por qué tiene que renunciar a su victoria cediéndosela a él?
No quiere escoger el silencio, ni entregar su sumisión a sus caprichos.
Quiere saciar su hambre de vida. Ocupar su sitio sin apreturas.
Quiere que su rabia sea su defensa.
Y marcha a casa. Su caminar no es ya tan desganado.
Y espera paciente que él llegue. Como esperó tantas veces.
Y llega. Más soberbio, más engreído y ofensivo en su embriaguez.
Soltando en la oscuridad frases de noche con la boca pastosa.
Que ella no escucha.  Solo se pregunta qué está haciendo en esa cama.
Ahora el duerme, dejando escapar un aire entrecortado, que recoge después en pequeñas bocanadas.
El aire.  Y mi almohada suave, mi confidente en tantas noches.
De nada sirve que su cuerpo amodorrado luche por evadirse. Sabe que tiene que dominarlo lentamente...
En la penumbra mira con sorpresa su almohada y sus manos.
Fue poco a poco. Fue un impulso. Fue su rabia contenida.
El ignoró su mirada. La ignoró toda. Ignoró en su prepotencia que la victoria podía no ser suya.





Hace frio.  Siento el aire de la nieve cercana entrando por los poros de mi piel; esa humedad que penetra hasta los huesos por debajo del abrigo; mis manos ateridas debajo  de ese contacto amoroso de los guantes.  Camino deprisa, con gana de llegar a casa.  Pero en mitad de una manzana, me llama la atención un cartel en la entrada de un local.
“Exposición de fotografias”.  Y debajo, con letra un poco más pequeña “Dejando atrás la realidad”
No sé a que se debió el impulso de entrar en el local, si a guarecerme un poco de ese frio, o si fue atraida por el reclamo de esa frase.  El caso es que estoy aquí, arropada por un calor suave, con una luz tenue, interrumpida por unas luces indirectas que iluminan las fotos.  Es un ambiente agradable, intimista, que invita a recrearte en cada foto.
Y empiezo a recorrer la sala..
Hay paisajes preciosos, en los que juega la realidad con sus reflejos en el agua.  Montañas, árboles, rincones oscuros con el colorido de las hojas muertas. Naturaleza escondida que nos descubre el artista con el objetivo de su cámara.
Y entre los paisajes, retratos.  Los hay alegres, espontáneos, cogidos en un momento cualquiera, en plena calle, que tienen toda la belleza de esa ingenuidad que no sabe de cámaras.  Me atraen con toda su fuerza. Y entre ellos hay uno que me llama especialmente la atención.
Es un señor de espaldas, que va caminando por la acera de una ciudad, en el que se mezcla lo serio y lo cómico, sin saber muy bien donde empieza uno y acaba otro.  Lo serio, porque va bien trajeado.  Lo cómico, porque lleva un sombrero pequeño para su medida, que no le encaja bien, y hace que resulte como un sombrero de copa, pero sin serlo; que le deja descubierta media cabeza, y la mata de su pelo negro, que el aire le inclina sobre un hombro.  Y rematando esa figura, lleva colgada una bolsa, como las que se venden   ahora en los supermercados.  Una bolsa llena, de la que sobresale el mango de un paraguas.
Todo ello nos deja una sensación rara, que dicha en términos culinarios, sería agridulce. Pero me engancha. Quizás por eso.  Y empiezo a pensar como sería realmente ese señor, del que no podemos ver su mirada, porque está de espaldas.  Es joven, por el porte de su cabeza, por los hombros, por su línea esbelta cuando camina.  Pero ¿qué hace un hombre joven, en medio de una ciudad, con un sombrero que le queda pequeño, y con una bolsa colgada al hombro? Puede ser un chico que sale de una función de teatro.  Sí, eso es.  Está tan metido en su personaje, que se le ha olvidado quitarse el sombrero.  En la bolsa lleva las cosas que necesita para su caracterización.  Y no es el mango de un  paraguas, sino un bastón plegable que usará en la función, al estilo de “Charlot”.  Tan metido en su papel, que va por la calle repasando su guión, sin ver esas miradas curiosas, sin oir esas palabras maliciosas que podrán decir a su paso. El  sigue su camino, con la cabeza erguida, absorto en sus pensamientos, muy lejos de la realidad que le rodea.
Sí, ese es mi personaje.
¡Y qué hábil ha sido el atista que ha hecho esta foto! Nos muestra a un señor al que no podemos ver la expresión de su cara, ni leer en la profundidad de sus ojos.  Solo de espaldas, dejando atrás la realidad, dando rienda suelta a nuestra imaginación, para que podamos interpretar nuestro propio personaje.
Nuestro personaje, que absorbe su propio personaje, como las muñecas rusas que van dentro unas de otras. ¡El gran teatro del mundo!
Y con el objetivo de su cámara capta todo lo que no se vé, y nos lo transmite, porque pone en su punto de mira la cabeza y el corazón, para enseñarnos todo lo que  él vé.
Se me ha pasado el tiempo.  Se ha hecho muy  tarde. Y salgo otra vez al frio de la noche, llena de todo lo que me ha enseñado esta exposición, de esa nueva manera de ver la fotografía.  Interpretando mi propio papel en el camino a casa, como el personaje de la foto.  Con la cabeza erguida, absorta en mis pensamientos, dejando atrás la realidad.



Trabajo sobre un relato de Pedro Ugarte, “Los Bárbaros”

                       RETIRADA

Retirada…Huele todo a retirada.
Su caminar desganado, como si hubiera perdido sus fuerzas en la lucha.
Desgana en su arreglo, un poco de cualquier manera.
De cualquier manera también su alma rota, pero cada vez más hambrienta.
Replegada ya solo en sí misma.
¿Cómo está así, como se ha dejado dominar de esa manera?
Fue poco a poco, retrocediendo, buscando paz cuando solo se le ofrecía guerra.
El, en su ego de hombre inteligente, cultivado, hasta se cree un poco sabio, la fue despreciando, humillando.
Piensa que es un ser superior, y a ella la vé embrutecida, por su solo afán de supervivencia. No la concede ni siquiera la capacidad de pensar. Ni de tener frío en su corazón ni hambre en su alma.

¡Será simple! Puede llamarle desgraciado en su pretendida superioridad. Sin unos brazos que le acojan, sin unos ojos que reciban su mirada, sin un alma que le arrope cuando él también esté necesitado.

viernes, 1 de abril de 2016

Relato y descripción de un cubito de hielo

      

                  Relato y desripcion de un cubito de hielo


                 Tengo en mis manos un vaso de cristal tallado, de cristal muy fino con unas tallas geométricas, que terminan en vértices mirando hacia arriba, y  rematados por una estrella muy pequeña,  pero una estrella.
               
                 Vaso precursor de un buen momento, de un momento de relax, de quietud, de rebobinar mis  últimos pensamientos.  Y me sirvo una copa.  Como requisito imprescindible voy a la nevera a por un cubito de hielo. Entre sorbo y sorbo fijo mis ojos en ese cubito de hielo.  Es transparente, brillante; no muy grande de tamaño, pero se hace mayor al ir cogiendo los tonos del licor.  Entre sus aristas transparentes, el liquido espeso también va cambiando de tono, y sus formas geométricas van jugando con las líneas del vaso.  Unas veces se cruzan, otras siguen paralelas. Como tu vida y la mia.
                    Me atrae como va jugando el cubito con el vaso.  Y sigo mirando...
 Con el calor de mi  mano el cubito se va deshaciendo, haciendose cada vez más  pequeño, uniendose con el contenido de mi copa, en un juego de formas y sabores.
                 ¿Quien es quien en este juego?
                  Unas veces eres tú en el ardor de ese licor fuerte, vigoroso, que penetra en mi cuerpo dándome calor, placer, energía.  Otras veces soy yo en ese licor fueQ
  

Crónica de un día de comadres

Crónica de un día de Comadres

Calor en el ambiente.  Cristales empañados. Fria tarde  de invierno en la Pola.
Un chigre con olor a sidra, a bollos preñados, a chorizos.
Mesas de madera con bancos alargados.
Calor en el ambiente.   Cristales empañados. Frío fuera.
Las mesas ocupadas, y gente de pie en la barra.
Todo lleno, y muchas ganas de fiesta.
Corren los culines de sidra, entonando las gargantas, abriendo los corazones, aparcando los problemas .
Y rompe a cantar un grupo de hombres que hay al final de la barra.  Son voces bien conjuntadas,  de los tenores a los bajos.  Voces cargadas de sentimientos, diciendo esas historias de amor, historias de encuentros y desencuentros, historias de sacrificios en las minas y en el mar, historias de viajes.  Canciones populares con músicas pegadizas, de ritmos asturianos que invitan a cantar, formando entre todos un solo coro.
Entre canto y canto, conversaciones en voz alta, porque si no no se oyen.  Así va pasando la tarde. 
Se abre la puerta del local. Y con el frio de la noche entran gaitas y tambores.
Ellos con sus pantalones de pana, sus chalecos y chaquetas de terciopelo, sus medias de lana blancas con dibujos calados, sus fajines anchos de colores vivos, su montera picona, sus zapatos negros bien brillantes.
Ellas con sus trajes sencillos, de faldas gruesas y pesadas, que dejan ver en sus movimientos unos pololos muy blancos llenos de puntillas.  Con sus pañuelos vistosos que recogen sus moños, con sus dengues y delantales que ponen una nota de color en la sobriedad de sus trajes.  Y sus zapatos negros bien brillantes.
 Y con ellos, un arsenal de instrumentos musicales.  Gaitas, tambores de distintos tamaños con sus baquetas de madera, panderetas, …hasta una bandurria.
Todo se llena de música, de canciones compartidas, de redobles de tambor.  De repiqueteo de baquetas que hacen música ellas solas.
Y así sigue la noche No corren las horas.  Solo corre la sidra, y las canciones, y las conversaciones en voz alta.  Y las risas, y ese buen talante colectivo.
Así hasta que llega la hora de marchar, porque todo se acaba.
La gaita suena con su roncón triste, profundo.  Las baquetas repiquetean más suaves, más débiles, con sabor a despedida.
Nosotros vamos al bar más próximo, a matar el frío de la madrugada con chocolate con churros, a saborear esa última hora de las Comadres, pensando ya en el próximo año.
No, no  tenemos que esperar al próximo año.  Pensaremos en los Huevos Pintos, que están más cerca.