Trabajo
sobre un relato de Pedro Ugarte, “Los Bárbaros”
RETIRADA
Retirada…Huele
todo a retirada.
Su
caminar desganado, como si hubiera perdido sus fuerzas en la lucha.
Desgana
en su arreglo, un poco de cualquier manera.
De
cualquier manera también su alma rota, pero cada vez más hambrienta.
Replegada
ya solo en sí misma.
¿Cómo
está así, como se ha dejado dominar de esa manera?
Fue
poco a poco, retrocediendo, buscando paz cuando solo se le ofrecía guerra.
El,
en su ego de hombre inteligente, cultivado, hasta se cree un poco sabio, la fue
despreciando, humillando.
Piensa
que es un ser superior, y a ella la vé embrutecida, por su solo afán de
supervivencia. No la concede ni siquiera la capacidad de pensar. Ni de tener
frío en su corazón ni hambre en su alma.
¡Será
simple! Puede llamarle desgraciado en su pretendida superioridad. Sin unos
brazos que le acojan, sin unos ojos que reciban su mirada, sin un alma que le
arrope cuando él también esté necesitado.
Se
siente cansada en mitad de su paseo.
Afortunadamente
hay bancos a los lados.
Ocupa
uno de ellos, y sigue pensando.
Para
darle la réplica merecería a alguien más dotado que ella. Entonces le
destrozaría mirándole a los ojos, y perseguiría incansable su verdad.
¿Y
por qué no puede ser ella? ¿Por qué tiene que renunciar a su victoria
cediéndosela a él?
No
quiere escoger el silencio, ni entregar su sumisión a sus caprichos.
Quiere
saciar su hambre de vida. Ocupar su sitio sin apreturas.
Quiere
que su rabia sea su defensa.
Y
marcha a casa. Su caminar no es ya tan desganado.
Y
espera paciente que él llegue. Como esperó tantas veces.
Y
llega. Más soberbio, más engreído y ofensivo en su embriaguez.
Soltando
en la oscuridad frases de noche con la boca pastosa.
Que
ella no escucha. Solo se pregunta qué
está haciendo en esa cama.
Ahora
el duerme, dejando escapar un aire entrecortado, que recoge después en pequeñas
bocanadas.
El
aire. Y mi almohada suave, mi confidente
en tantas noches.
De
nada sirve que su cuerpo amodorrado luche por evadirse. Sabe que tiene que dominarlo
lentamente...
En
la penumbra mira con sorpresa su almohada y sus manos.
Fue
poco a poco. Fue un impulso. Fue su rabia contenida.
El
ignoró su mirada. La ignoró toda. Ignoró en su prepotencia que la victoria
podía no ser suya.